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'Xenokeryx' coloca a los paleomerícidos junto a los jiráfidos

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Los restos de un extraño rumiante han permitido desentrañar el misterio de los paleomerícidos y colocarlos en el lugar que les corresponde en el árbol de la vida, junto a los jiráfidos.

Empezando por arriba a la izquierda, Xenokeryx amidalae, dromomerícido, jirafa, y ciervo muntíaco con sus característicos caninos; en el centro Padme Amidala (Ilustraciones de Israel M. Sánchez y Torimorris en devianart.com; Lucas Arts; fotos de Israel M. Sánchez).

Empezando por arriba a la izquierda, Xenokeryx amidalae, dromomerícido, jirafa, y ciervo muntíaco con sus característicos caninos; en el centro Padme Amidala (Ilustraciones de Israel M. Sánchez y Torimorris en devianart.com; Lucas Arts; fotos de Israel M. Sánchez). 

 

Los paleoméricidos (en griego ‘rumiante antiguo’) son unos enigmáticos ungulados que vivieron durante el Mioceno, entre hace aproximadamente 17 y 11 millones de años. Fueron animales exclusivamente euroasiáticos que se extendían desde Europa occidental (la península Ibérica) hasta lo que hoy es China. Se podrían describir de forma visual como una especie de mezcla entre ciervos y jirafas. Los machos tenían grandes colmillos y un par de osiconos (un tipo especial de ‘cuerno’ o apéndice craneal cubierto de pelo) sobre los ojos, igual que las jirafas actuales. Lo más extraño de su anatomía era una estructura ósea bifurcada que les sobresalía de la parte posterior del cráneo a modo de peineta, con lo que tenían tres ‘cuernos’ sobre la cabeza. La función de este apéndice occipital sigue siendo un misterio para los paleontólogos.

Hablando de forma más concreta, los paleomerícidos son rumiantes; es decir, el grupo que hoy incluye a los ciervos, búfalos, antílopes, cabras y jirafas entre otros. Sin embargo, sus relaciones con estos grupos actuales nunca ha estado demasiado clara. La razón es que los paleomerícidos tienen una mezcla de características morfológicas que les hacen parecerse a varios grupos a la vez: osiconos y ciertos elementos de las patas y el tobillo como los de las jirafas, caninos muy desarrollados en los machos como los que tienen los actuales ciervos almizcleros o mósquidos (además de muchos otros grupos extintos y algunos ciervos modernos) y ciertas características de su esqueleto que recuerdan a las de los ciervos y a las de los mósquidos. Además, y para añadir más misterio, poseen la característica ‘peineta’ que recuerda en cierto modo, de forma superficial, al apéndice nucal de un grupo de rumiantes extintos, los dromomerícidos (‘rumiante corredor’), que habitaron más o menos al mismo tiempo en Norteamérica. Esta complicada mezcla de estructuras, además de una dentición relativamente primitiva, ha traído de cabeza a los paleontólogos desde hace décadas y en consecuencia los paleomerícidos han sido emparentados en diversos estudios con muchos de estos otros grupos de rumiantes, sin que estuviera claro cuál de estas hipótesis evolutivas era la más acertada. No obstante, ha habido una tendencia clara a lo largo de los años a pensar que sus parientes más cercanos eran los dromomerícidos norteamericanos, los otros rumiantes con ‘moño’. Un problema añadido a la complicada anatomía de los paleomerícidos es que su registro fósil es escaso (y está relativamente poco publicado) y bastante fragmentario. Sus fósiles suelen aparecer en los yacimientos, pero es raro que sean abundantes.

Sin embargo, hace unos años se descubrió en el yacimiento mioceno de La Retama, en la provincia de Cuenca (16 millones de años antes del presente) un extraordinario conjunto de fósiles de un paleomerícido que ha resultado clave no sólo para comprender mejor la anatomía de este grupo de rumiantes, sino para desentrañar el misterio de los paleomerícidos y colocarlos en el lugar que les corresponde en el árbol de la vida. A este paleomerícido conquense lo hemos bautizado como Xenokeryx amidalae, que significa ‘cuerno extraño de Amidala’, en referencia a la morfología exagerada de su moño occipital y al extraordinario parecido que éste tiene con uno de los extravagantes peinados que el personaje de Star Wars Padme Amidala luce cuando es reina de su planeta natal Naboo en la famosa saga galáctica. Para analizar los datos anatómicos de Xenokeryx y comprobar cuál de las hipótesis evolutivas propuestas era la más acertada hemos utilizado un complejo análisis que compara la morfología de Xenokeryx y otros paleomerícidos con la de todos los grupos de rumiantes conocidos. Además hemos añadido información de secuencias de ADN de los grupos actuales al modelo, así como información temporal. Nuestros resultados nos indican que el linaje de los enigmáticos paleomerícidos es hermano del linaje de las jirafas. Es decir, ambos grupos de rumiantes comparten un ancestro común que no lo es de ningún otro rumiante. Ambas líneas evolutivas, que juntas forman un gran grupo al que hemos llamado Giraffomorpha (los jirafomorfos, o rumiantes con aspecto de jirafa), se separaron hace mucho tiempo, en torno a 27 millones de años antes del presente. De esta forma Xenokeryx no sólo nos ha permitido saber más acerca del grupo de rumiantes al que pertenece, los paleomerícidos, en los que hemos descubierto dos linajes diferentes, sino que nos ha proporcionado datos de gran importancia acerca del origen y la historia evolutiva temprana de la línea evolutiva de una de las familias de rumiantes más extrañas de la actualidad, las jirafas.

Además de descartar la hipótesis clásica que relacionaba a los paleomerícidos con los dromomerícidos norteamericanos nuestros resultados traen algo más de chicha. Por ejemplo, si tanto los paleomerícidos como los jiráfidos tienen osiconos, es posible que su ancestro común ya los tuviera, y que los extraños apéndices de otros jirafomorfos fueran osiconos modificados. La otra opción es que los osiconos evolucionaran dos veces en ambos grupos de forma independiente. Teniendo en cuenta la primera hipótesis nuestro estudio propondría que los apéndices craneales de los rumiantes aparecieron mucho antes del registro más antiguo de ninguno de ellos. Además, hay otra novedad. El pariente más cercano de los paleomerícidos, que sólo vivieron en Eurasia, es un rumiante africano llamado Propalaeoryx. Por tanto, la relación histórica de los jirafomorfos con África es profunda y compleja, además de antigua.

Xenokeryx amidalae, al igual que muchos otros descubrimientos paleontológicos, ejemplifica una de las cosas más fascinantes y excitantes de la paleontología: el hecho de que un nuevo fósil sea capaz de cambiar de forma significativa nuestras ideas sobre la evolución de linajes enteros y que de la noche a la mañana pueda dar solución a preguntas de las que no se conocía con certeza su respuesta. No sólo eso, sino que esas respuestas dan lugar a nuevas hipótesis que buscan profundizar sobre diversos aspectos de la historia evolutiva de los organismos y de los ambientes cambiantes en los que evolucionaron. En este sentido, la Sistemática (es decir laparte de la Biología que estudia la diversidad de la Vida) sigue siendo la piedra angular en la que se basa nuestro conocimiento sobre la vida en la Tierra, tanto pasada como presente.

 

El artículo es éste:

Sánchez IM, Cantalapiedra JL, Ríos M, Quiralte V, Morales J (2015) Systematics and Evolution of the Miocene Three-Horned Palaeomerycid Ruminants (Mammalia, Cetartiodactyla). PLoS ONE 10(12). (doi:10.1371/journal.pone.0143034).


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